A lo largo de la vida de cualquier persona, suceden todo tipo de cosas. Muchas de ellas son divertidas, pero, desgraciadamente, a veces también suceden cosas trágicas. Estos sucesos pueden dejar una marca indeleble en nosotros, y podemos incluso llegar a tener una visión demasiado negativa de las cosas.

Afortunadamente, hay momentos llenos de alegría que también tienen la capacidad de perdurar en nuestra memoria. Y mucho más cuando, además, los compartimos con nuestros allegados, o cuando otras personas nos cuentan los suyos. A veces, las redes sociales pueden cumplir con la función de transmitir este tipo de historias, y ayudarnos a recuperar la fe en la humanidad. Atento a esta recopilación llena de situaciones que te transmitirán alegría, y que recordarás durante mucho tiempo como la más emocionante de las películas.
1.
Una amiga me contó una historia que le ocurrió cuando estaba aprendiendo a conducir. Iba conduciendo el coche con el profesor por las calles de la ciudad. Era verano, y hacía demasiado calor. Había un tráfico excesivo, el coche no tenía aire acondicionado, y costaba hasta respirar. Pararon en un semáforo y empezaron a conversar:
Amiga: «¡Qué calor hace! Ahora me iría a la playa, o a bañarme en el lago, a sentir el agua en mis pies. Me compraría un helado y me relajaría inundada de esa sensación de frescura!»
Profesor: «¡Vamos!»
Amiga: «¿Cómo? ¡No pienso ir con usted a ninguna parte!»
Profesor: «¡El semáforo, que ya está en verde! ¡Vamos!»
2.
Estoy en el trabajo. De pronto, me llama el número de mi esposa. Al contestar, oigo la voz de un hombre: «Buenos días, ¿Juan? Su esposa se encuentra ahora en el hospital del Distrito. ¿Puede venir?» Sin más, salgo corriendo. Cuando la encuentro, veo que le han puesto una escayola en la pierna y le pregunto sobre lo sucedido. Ella baja la mirada y susurra: «Estaba saltando…» «¿Saltando? ¿Dónde?», le pregunto. «Saltaba del sofá al sillón, imaginando un río de lava ardiendo debajo de mí…»
3.
Cuando mi marido y yo vamos a dormir después de una discusión, nos damos la espalda el uno al otro. Una vez, nos reconcilió nuestro gato. Se tumbó en medio de la cama y yo quise abrazarlo. Me di la vuelta, y mi marido se volvió al mismo tiempo, también para abrazarlo. Y resultó que nos abrazamos. Hicimos las paces instantáneamente.

4.
Me acerco al portal y veo como un hombre grande y fuerte, lleno de tatuajes y con aspecto tenebroso, pulsa el número de un apartamento en el portero automático. Una voz infantil, muy seria, le pregunta: «¿Contraseña?» Y el hombre responde: «Papá pitufo».
5.
Estaba en el supermercado. Mi mujer me dijo que comprara un suavizante para la ropa. Bueno, comprar, lo que se dice comprar, no. Me pidió que sacara una foto de la estantería y que se la enviara. Elegir la marca no es de mi competencia, no me corresponde.
Me acerco al mostrador, y empiezo a sacar fotos. De repente, un hombre, a mi lado, me muestra su móvil y me dice:
—¿Quiere que le mande las fotos de todos los suavizantes que hay aquí? Por WhatsApp. Tengo todo un álbum completo. Cada botella, por ambos lados, primeros planos.
—Ah, no, gracias, de momento sólo me ha pedido que le envíe una panorámica.
—Qué suerte tiene…
—Pues sí, pero gracias por el ofrecimiento. ¡Es muy buena idea!
—Sí, pero no es mía. ¿Ve a aquel hombre que está tomando fotos de detergentes? Fue él quien me las envió. Y yo ahora tengo una sesión de fotos en la sección de pañales. Hasta luego.
6.
Mi padre es un auténtico bromista. Un día, cuando yo era niña, me preguntó: «¿Alguna vez has probado huevos de hormiga?» Contesté que no. Al día siguiente, me trajo dos: pequeños, blancos, alargados. Los preparó en una sartén con aceite, los puso en un plato y me sirvió. Durante unas horas me resistí a probarlos. Al final, él se comió uno y me hizo probar el otro. Era soso y crujía. Cuando fui mayor, le pregunté: «Papá, ¿qué diablos era aquello?» Y él me contestó: «Tranquila, sólo eran dos granos de arroz».

7.
Mi amigo tardó mucho en elegir el nombre para su gato y, finalmente, se le ocurrió llamarlo «Ven Aquí». Ahora cada vez que alguien pronuncia «ven aquí», una enorme bola de pelo entra corriendo a la habitación. ¡Es muy divertido!
8.
Toda mi vida tenido orejas protuberantes. De alguna manera, sobreviví a las burlas de mis compañeros de clase, y luego a los chistes en el instituto. Incluso me casé teniendo estas orejas. A mi marido le gustaban mucho, me llamaba a menudo «Orejitas», algo que me molestaba y me hacía gracia al mismo tiempo. ¡Así que finalmente me operé! Estaba feliz, comencé mi nueva vida, mis orejas no sobresalían y me veía estupenda. Pensaba que ya no volvería a oír a mi marido bromear sobre este asunto. Pero no, ¡empezó a llamarme «Sin orejitas»!
9.
Mi bisabuelo tiene 93 años de edad. Todavía conserva su sentido del humor. Hace poco le preguntaron cómo, según él, había conseguido vivir tantos años. Sonrió con astucia y contestó: «Las series de televisión me enganchan… Tengo que vivir más para averiguar qué pasará en la siguiente temporada».

10.
La hermana de una amiga mía estaba haciendo una entrevista de trabajo en una empresa importante. Cuando llegó, le preguntaron cuándo querría irse de vacaciones. Ella eligió la fecha al azar. Sobre el sueldo que le gustaría tener, puso la primera cifra que se le ocurrió. Entonces preguntaron si era capaz de hacer algo que no supiese hacer su futuro jefe. Ella reflexionó y respondió: «Puedo tocar mis orejas con los pies». E hizo una demostración. La contrataron.
11.
Me encantan los hombres que por la mañana llevan a sus hijos a la escuela infantil. Esos hombres severos y fuertes, cargados con mochilas rosa, conejitos y ositos de peluche. Hoy, vi a un auténtico motorista, de los que van con barba larga y chaqueta de cuero negro, hablándole tiernamente a su hija, mientras ésta le ponía una corona de margaritas.
12.
Cuando tenía 8 años, mi familia vivía en una casa que tenía, justo delante, un parque infantil muy grande. A menudo, mis amigos venían a disfrutar de él. Un día, cuando llevaban ya allí mucho tiempo, mis padres me pidieron que les dijera que era la hora de volver a casa. Yo, sin pensarlo dos veces, me acerqué a ellos y les pregunte: «¿Tenéis hambre?» Me contestaron con alegría: «¡Sí, mucha!» Y yo: «¡Entonces, todo el mundo a su casa!» ¡Mis padres todavía me recuerdan esta anécdota!

13.
Siempre me hace feliz cuando mi pareja trata de cocinar. Creció en una familia muy pobre y durante meses solo comían sándwiches de mantequilla de cacahuete y mermelada. Cuando prepara un plato favorito de su infancia, no puedo evitar derretirme de amor por lo emocionado que se pone. La comida puede ser sosa o parecerme rarísima, pero la comeré de todos modos sin quejarme.
14.
Tengo un chófer particular que me lleva a trabajar y, a veces, me recoge de algún sitio por la noche a cambio de un sobresueldo. Un buen ejemplo de ello fue el pasado fin de semana. Había estado de fiesta, y le llamé para que me recogiese. Ya eran las 7 de la mañana. Me senté en el asiento de copiloto y me quedé dormido de inmediato. Al despertarme, miro a mi derecha y veo que el auto sigue en marcha, miro a la izquierda, no hay ningún conductor. Vuelvo a cerrar los ojos, y, de repente, me despierto alarmado: «¡¿Qué está pasando!?» Agarro el volante en estado de shock, siento pánico. En ese momento, me doy cuenta de que estoy viajando en la parte superior de una grúa. Ocurrió que el conductor había decidido entrar un momento a su casa y retiraron el coche de inmediato por estar mal aparcado.
15.
Agarré el celular de mi hija para ver cómo me apuntó en su agenda de contactos. Lo busqué y vi que mi esposa sale como “La Jefa”. Sentí mucha pena. Luego, descubrí que yo aparezco como “Jefe de la jefa”. No sé por qué, pero me sentí complacido.

Y tú, ¿recuerdas alguna anécdota digna de aparecer en esta lista?