¿Te has dado cuenta de que cuanto más estúpido es el argumento que usa alguien en una conversación… más complicado es rebatirlo?
Los tiempos que corren parecen haber convertido en mainstream muchas de las leyes que antes solo regían los foros más cavernícolas de Internet. Concretamente, existe la percepción de que las argumentaciones más estúpidas son las que están ganando la batalla. Cuando nos encontramos con ellas, es normal que sintamos la tentación de abandonar la conversación, aunque eso signifique dar la razón tácitamente a nuestro adversario, simplemente por el esfuerzo titánico que puede suponer rebatirlo.

Las razones son variadas, pero una de ellas la podemos encontrar en una afirmación del mismísimo Charles Darwin: “La ignorancia frecuentemente proporciona más confianza que el conocimiento”, llegó a decir el científico. Pero fueron Kruger y Dunning los investigadores que dieron respuesta científica a este comportamiento. Lo llamaron Efecto Dunning-Kruger, y plantea que, en una habilidad que los humanos poseen en mayor o menor grado, ocurren las siguientes cosas:
Los individuos incompetentes suelen sobrestimar su propia habilidad.
Los individuos incompetentes no son capaces de reconocer la habilidad de otros.
Los individuos incompetentes son incapaces de reconocer su extrema incapacidad.
Solo si son entrenados para mejorar significativamente su propio nivel de habilidad, estas personas pueden llegar a reconocer y aceptar su falta de habilidades anterior.
«Ultracrepidario», el palabro.
En 2018, la web de divulgación de filosofía Philosophy Matters eligió como palabra del año el concepto «ultracrepidario«. Puede que sea la primera vez que escuches la palabra, pero cuando conozcas el significado, seguro que te vendrán a la cabeza varias personas a las que el término les queda que ni pintado.
Se trata, en realidad, de un vicio habitual de nuestro tiempo, especialmente en redes sociales y foros proclives a la discusión permanente. De acuerdo con el diccionario de Oxford, la palabra define a las personas que expresan opiniones sobre temas que están fuera de su conocimiento o su experiencia. Es decir, hablando en plata: personas que hablan sin saber.

La palabra fue creada en el 1819 por el escritor inglés William Hazlitt, acuñando del latín ultra —más allá— y crepidarius —término vinculado a los “zapateros” de la antigua Grecia—. Literalmente, complementa el viejo refrán de “zapatero a tus zapatos”.
Muchos de estos «ultracrepidarios» son fácilmente reconocibles por frases como «uf, tiene pinta de que es un problema de manguitos», o «anda, trae, ya corto yo el jamón que te lo estás cargando». Ya sabes, esas personas que dependiendo del tema de la semana son expertos en mercados financieros, biología o derecho internacional.
A muchas de estas personas, que a poco que te pillen desprevenido, te convencen, también se les puede aplicar la ley de la controversia de Benford. Un efecto más común de lo que crees, y que no es solo cosa de «cuñados». Según esta ley sociológica, enunciada en la novela «Cronopaisaje» de Gregory Benford, “la pasión asociada a una discusión es inversamente proporcional a la cantidad de información real disponible”.

Una de las conclusiones de esta ley es que, cuanta menos información tenemos relacionada con un tema, mayor posibilidad de discutir sobre él. Por el contrario, cuando somos conscientes de que un asunto es algo muy investigado o demostrado, poca discusión cabe. Una ley que se puede aplicar a las discusiones entre humanos en general, pero que es especialmente encontradiza en redes sociales como Twitter.
Ninguno nos libramos de caer en ello. ¿Alguna vez te has visto envuelto en discusiones de tipo científico, religioso, tecnológico, y has defendido tu postura como si fuera la verdad absoluta, a pesar de que no era precisamente un ámbito con el que estés especialmente familiarizado? En algunas ocasiones, todos nos convertimos en esos «maestrillos» que tanto criticamos.

Por último, sin salir de las redes sociales e Internet, mencionaremos la Ley de Evolución del Discurso Online de Wilcox-McCandlish. Fue desarrollada por Bryce Wilcox y Stanton McCandlish en los albores de Internet, durante varios días en enero de 1995, después de observar un amargo intercambio de e-mails públicos.
Esta Ley de Wilcox-McCandlish pretende nada más y nada menos que predecir el transcurso de las conversaciones de internet: La probabilidad del éxito de cualquier intento de cambiar el asunto o la dirección de una discusión en un foro, es directamente proporcional a la calidad del contenido actual. Dicho de otra forma: el consumo de ancho de banda por una discusión se incrementa en proporción inversa a su calidad.
No todo va a ser malo.
Terminamos con una nota positiva: a pesar de que todas estas leyes y efectos parecen describir la forma de comportarse de personas soberbias, la realidad es que estos efectos son más o menos normales. En la vida nos encontramos con situaciones en las que hay que tomar decisiones, y aunque nos falta información tenemos que llegar a una conclusión para avanzar.
En estos momentos, estos comportamientos demuestran su utilidad, ya que nos permiten tomar decisiones basadas en la pasión o la intuición sin perder la confianza en nosotros mismos. Además, encararemos las siguientes situaciones de toma de decisiones con determinación.

Podríamos decir, por lo tanto, que hay situaciones en las que este patrón de conducta puede incluso ser beneficioso. Solamente deberíamos desterrarlo del discurso en las redes sociales, y darnos la oportunidad de escuchar más y aprender de los otros. En otras palabras: seamos apasionados cuando toca, y no nos convirtamos en lo que odiamos.